El Camino

En la cola para comprar el pan, o al subir a un autobús, ¿estamos siendo de Dios o del mundo? Es una pregunta ridícula, puede ser, y puede ser también que ya se esté empezando a superar en muchos entornos esas separación entre lo «sagrado» y lo «secular», lo que hay dentro de lo que hay fuera de la vida de iglesia, pero para un gran parte de la generación que, como yo, se crio dentro de la iglesia evangélica, esa separación está grabada a fuego en nuestras conciencias, y no es fácil de deshacer, aunque sepamos con rotundidad que es falsa y peligrosa.

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Cuando alguien de nuestro entorno evangélico «se iba al mundo», los líderes y pastores se encargaban de hacernos saber toda la decepción, condenación y castigo que conllevaba esa decisión. Sin embargo, sé que comparto con mucha gente la experiencia de que no sentíamos miedo ni decepción por esos que se iban al mundo, sino envidia: envidia de que ellos podían decidir ahora con libertad sobre sus vidas, y nosotros no.

De este delicado tema empiezo a hablar en esta serie de tres que comienza hoy.

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La verdadera revolución del cristianismo es que no tienes que hacer nada para agradar a Dios, ni para convencerlo, ni para ganarte el sueldo espiritual. En eso consiste la gracia que es una de las doctrinas centrales de la Reforma. Sin embargo, ¿hasta dónde somos capaz de llevarlo? ¿Hasta dónde somos capaces de «no hacer nada», y convencernos de que todo está bien así?

Hoy os cuento una historia personal y bonito descubrimiento.

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Las buenas noticias de Jesús se basan en que seas libre para aceptarlas. Y por eso la coacción que viene implícita en las predicaciones y los discursos sobre la obediencia no solo es un problema espiritual, sino que también acaba afectando a la salud mental de la persona que ha tenido que ponerse a sí misma una pistola en la cabeza (me refiero a la metáfora) para convencerse de que quiere creer lo que le están diciendo que debe querer creer.

Este episodio se ha grabado con la ayuda de Daniel Jándula, así que es un poquito diferente, porque es una conversación. Y, quién sabe, quizá tengamos más conversaciones de estas.

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La idea de la obediencia ciega a Dios a duras penas se ve reflejado dentro mismo de las páginas de la Biblia, pero es muy curioso cómo en muchos entornos evangélicos es uno de los temas principales en la predicación. ¿Y por qué? Porque el lenguaje importa mucho, y si consigues que tu iglesia tenga miedo a «desobedecer» a Dios, puedes convencerles desde el miedo para que hagan cualquier cosa con tal de evitar esa supuesta muerte espiritual. Y así es como comienza el abuso espiritual.

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La institución evangélica actual no está capacitada para seguir diciendo que habla en nombre de Dios, porque la realidad es que el nombre de Dios está, como ha estado siempre, con los rechazados, los humillados y los abusados. Y la institución evangélica ha sacrificado a todos estos, al diferente, para poder cumplir con los objetivos que el mercado le exigía.

Es exactamente lo mismo que hace la industria de la moda. Incluso aunque se haya hecho sin mala intención, por puro despiste, lo cierto es que la iglesia normativa solo acepta y aprueba a los normativos.

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Gran parte del problema que muchos tienen con la iglesia está en que, en las últimas décadas, parecía que lo único que le importaba a la institución es que fueras un buen consumidor: los cultos se parecían más a un escaparate desde el que se promocionaba el mercado cultural evangélico, y menos una expresión de la vida en comunidad. La iglesia empresa ha invertido mucho esfuerzo y dinero en un modelo de negocio que al final ha resultado no ser exitoso. Hoy hablo de cómo nos ha afectado esto.

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La verdad es que tenemos que empezar a ponerle nombre: se llama abuso espiritual, y lo hemos sufrido una amplísima mayoría de cristianos evangélicos de occidente. No nos damos cuenta de cuán profundo es el daño ni de hasta dónde llega el engaño, porque los victimarios fueron víctimas en un principio. A los que quieren salir de ahí se los insulta y se les llama deconstruidos desde los lugares de poder, pero yo prefiero llamarlos como realmente son: supervivientes del abuso, que no sacrificaron su libertad espiritual en el altar del ego de los líderes narcisistas.

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No creo que la solución a los problemas de salud mental sea «orar más y leer la Biblia», como aconsejan algunos, a veces con buena intención pero muy poca empatía. Pero sí creo que una parte de la salud mental de Jesús, su capacidad para enfrentarse a todo lo que pasó, estuvo en sus momentos de estar a solas orando. Ahora bien: el modo en que eso funcionó va más allá del «Tú ora más y ya está». De lo que estoy segura es de que Jesús no solo se encontraba con el Padre cuando oraba: también aprovechaba para encontrarse consigo mismo. Y luego, aparte, él es el pan de vida, el camino: él es, en su naturaleza divina, una fuente de resiliencia y estabilidad. Una fuente de eternidad en nuestro presente fragmentado.

En el extra del Patreon hablamos de cómo el amor sirve de bandera y señal para cosas que deberían ser más obvias de lo que son.

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Una parte del trauma generacional del que hablé la semana pasada creo que es provenir de una generación que se negó a sí misma la capacidad de dudar y cuestionar la manera en la que se hacen las cosas. De ahí han salido monstruos. De ahí, al final, ha salido una de las peores pandemias de salud mental de las últimas décadas. Se desconfía de los que expresan dudas, se les deja en una conveniente cuarentena social, y no los queremos cerca. Pero la realidad es que todos dudamos: la diferencia es lo que hacemos con esas dudas. Ellas son un mecanismo de defensa de nuestro cerebro y, bien tratadas, una bendición.

Y no, la Biblia no dice que dudar sea pecado.

En el extra del Patreon analizamos cómo se ve la duda desde fuera de los sistemas religiosos.

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Hay un poema de Miguel Hernández que dice así: «Yo sé que ver y oír a un triste enfada / cuando se viene y va de la alegría». Estos versos encapsulan la respuesta de por qué hay una generación quejándose de que las generaciones más jóvenes estén tristes: ellos siempre han ido y venido de la alegría. O, dicho de otro modo, provenimos de una generación de inmaduros emocionales cuya respuesta al trauma social ha sido evadirlo. Algo de lo que nos tenemos que hacer responsables ahora.

Hoy hablamos de la dimensión espiritual del trauma y de la hipocresía de haber querido convencernos de que el conformismo social es una muestra de santidad ante Dios.

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¿Qué ocurre cuando el AT se lee y se interpreta como si fuera un texto absoluto y abstracto, plano y directo, y no como un conjunto de textos recopilados hace siglos, pasados por el tamiz de las civilizaciones, compactado y traducido a lenguas que están a milenios de distancia de sus originales? Lo que pasa es que nos encontramos con una bonita arma arrojadiza con la que coaccionar a las personas a las que queremos someter. Si no vivimos en una teocracia, ¿por qué se nos impone una teocracia? Porque querer aplicar sobre ciudadanos occidentales gentiles del siglo XXI la ley que se imponía en el AT sobre los súbditos hebreos del pueblo de Israel en las postrimerías de la Edad del Bronce solamente se puede llamar MANIPULACIÓN.

De estos abusos hablo en el último episodio de la primera temporada.

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Puede que muchos que escuchen el podcast de hoy vayan a sufrir porque, al escucharme hablar de esto, quizá por primera vez se dan cuenta de que durante toda su vida les han enseñado a amar la Biblia antes que amar a Dios. Su vida cristiana, en realidad, ha sido una vida bibliólatra. La desviación, que parece tan diminuta, hizo efecto. Porque es mucho más fácil, hablando en términos humanos, amar un conjunto de textos que podemos tocar, oler, leer y «comprar», que amar al Dios que está en todas partes y se mueve entre todas las cosas y es invisible. Están tan cerca uno de otro que casi parecen intercambiables, pero… no, no lo son. Justo ahí, justo en ese instante, a muchos los bibliólatras y sus herederos les han dicho siempre que amar la Biblia es amar a Dios, y resulta que no es verdad.

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El último cuento de esta tríada es inédito. Todavía no ha sido publicado. Pertenece a un conjunto de relatos que giran en torno a la palabra.

Hoy quiero presentaros Milagro.

¿Qué ocurriría si los antiguos dioses de las civilizaciones pasadas anduviesen hoy por el mundo? ¿Cómo nos relacionaríamos con ellos? ¿Cómo los adoraríamos? ¿Cómo nos harían sentir? El dios Pan aparece de repente en una plaza de Berlín, y durante semanas no dice nada, solo está allí: incómodo, violento. Los vecinos hablan y le empiezan a hacer ofrendas, pero la protagonista, recién llegada y sin conocer bien el idioma, no entiende por qué la presencia de ese dios furibundo es considerada por todos un milagro.

En el extra del Patreon os explico un poco más cuál es la intención de este relato.

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Sigo contando cuentos. Este también está publicado en El día antes del fin del mundo, una colección de relatos extraños sobre este mundo postevangélico que podéis conseguir aquí, o aquí, si os pica la curiosidad.

Hoy quiero presentaros Ahora mis ojos te ven.

El pastor de esta pequeña iglesia se encuentra incómodo. Está esperando que le llegue una ofrenda para poder comprarse unas gafas nuevas y, hasta entonces, lo cotidiano, que ha tenido hasta ahora tan bien controlado, se le hace insoportable.

Sobre todo es por culpa de sus vecinos. Se ríen. Hacen ruido. Son felices, cuando él sabe que no deberían serlo. Sí, definitivamente, la culpa debe ser de ellos. Lo curioso es que a veces, cuando uno hace una petición al cielo, el cielo le responde de maneras también incómodas.

En el extra del Patreon os explico qué hay detrás de este cuento y por qué decidí escribirlo.

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En esta ocasión necesito contaros un cuento, uno mío. Está publicado en El día antes del fin del mundo, una colección de relatos extraños sobre este mundo postevangélico que nos ha tocado vivir (y que podéis conseguir aquí, o aquí, si os pica la curiosidad).

Hoy quiero presentaros El don.

Una muchacha recibe una visión años atrás. Nunca ha sabido qué hacer con ella. En esa visión, se le presentaba por primera vez un don que no sabía cómo utilizar. Pero el don se va abriendo paso, mostrándole su capacidad para señalar a la verdad sin importar cuál sea el momento o la compañía, sin importar que sea apropiado o no.

En el extra del Patreon os hablo un ratito más del significado de este cuento.

Y… sí, eso que se escuchan de fondo son las campanas de las procesiones de Semana Santa… (suspiro).

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Dentro de la historia del evangelio y la salvación hay muchas tramas. Y una de ellas es la trama de la historia del mal. ¿Quién pecó? ¿De quién ha sido la culpa?, preguntaron los discípulos a Jesús un día delante de un ciego de nacimiento; es una pregunta muy parecida a las que nos hemos hecho nosotros, aun sin querer. La respuesta es que eso da igual. En la historia del mal, cada milagro, cada momento asombroso y anómalo que se nos narra de los hechos de Jesús, es un poco más de este nuevo camino y de la luz que se nos ofrece. Cada cojo, cada ciego, cada paralítico, cada endemoniado que se cruzó con él hizo un surco en la historia de la humanidad, una grieta que abría un torrente de luz y vida que descendía por nuevos territorios. La esperanza era posible, y las buenas noticias son posibles, porque ya no estamos bajo el imperio del mal. Eso significa cada milagro.

En el extra del Patreon hablamos de la importancia que tenía el uso del nombre de Jesús cuando, una vez él ya no está, los milagros siguen sucediendo.

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Si seguimos la narración de la historia espiritual de la humanidad que ofrece la Biblia, al llegar a la tentación de Jesús en los evangelios nos encontramos con un pasaje bisagra que cambia los parámetros de la narrativa que se conocía hasta ese momento. Antes de esto, ningún ser humano había podido resistir y vencer al mal (salvo, quizá un poco, Job, resultando así una prefiguración del Mesías). A partir de esa negativa de Jesús a dejarse seducir por la gloria y el poder que le ofrece el tentador, el mal deja de ser el único destino posible y las posibilidades se abren.

Hoy hablamos de las dimensiones narrativas del pasaje de Mateo 4 y en el extra del Patreon de que una lectura honesta de la Biblia debe aceptar diferentes capas de significado.

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La historia del mal es realmentebreve: el mal existe. Siempre lo ha hecho. Y no sabemos por qué. Y con eso estaría todo lo importante contado.

A pesar de todos los intentos a lo largo de la historia de la humanidad por comprenderlo, apaciguarlo o dominarlo, lo más sorprendente de todo es acabar dándonos cuenta de que no podemos huir del mal. Los humanos somos capaces de desear y realizar grandes bondades, y deseamos que el final siempre sea feliz (que sea un final escatológico, o una utopía humanista, eso ya depende del momento y de la persona, pero el deseo es el mismo). Y sin embargo tenemos que convivir con la paradoja de que también somos nosotros mismos quienes alentamos y provocamos el mal.

En este episodio nos acercamos al hermoso y extraño libro de Job, único en su especie en el canon de la Biblia, y apenas nos asomamos un poco a observar la gran cantidad de preguntas que plantea y que, asombrosamente, deja prácticamente sin respuesta.

En el extra del Patreon ahondamos un poco más en la unicidad de este libro y en los desafíos que plantea su autor para la teología del momento y de los siglos venideros.

(El libro del que os hablo y que no me acuerdo de nombrar bien es Job, de Julio Trebolle y Susana Pttecherpublicado por Trotta.

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El reino de los cielos es lo que hace posible lo improbable, aunque a menudo nos resulte difícil definir cada uno de estos términos. El reino de los cielos es posible y existe porque forma parte de lo que el Espíritu causa y provoca en los hijos de Dios. De eso intento hablar hoy un poco, de cómo no es una presencia que se pueda ni se deba ignorar, y de cómo eso improbable (no siempre milagroso, pero siempre sobrenatural) toma espacio en la realidad. Hoy he hecho este podcast para recordarme a mí misma esta alegría fabulosa, antigua, de saber que la triste realidad que me rodea no es la única realidad en la que estoy presente.

En el extra del Patreon hablamos de los comienzos de la expresión “el reino de los cielos” y de cómo conecta con el antiguo “día del Señor” del que hablaban los profetas del Antiguo Testamento.

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Una parte del reino de los cielos es buenas noticias, es poder ver en el otro, en el resto de la humanidad, esa imagen de Dios que aún conservamos. Sin embargo, la realidad que se nos ofrece o que nosotros mismos nos empeñamos en ver nos bloquea esa alegría, ese alivio al mal cotidiano. De repente empezamos a creernos esa narrativa de que todo está mal, que no queda ninguna esperanza y de que las cosas buenas ni existen ni suceden. Nos sentimos adultos y centrados, cuando solo somos pesimistas. Jesús no niega el mal del mundo, pero tampoco niega el bien del reino, como nos empeñamos en hacer nosotros. Y de eso es de lo que hablamos hoy: de cómo la primera parte de buscar el reino de los cielos y su justicia es dejar que las buenas noticias crezcan en nosotros; primero, la gran buena noticia de Jesús y, con ella, todo el resto de buenas noticias asociadas.

En el extra del Patreon observamos lo que dice la lingüística sobre el uso del término del reino de Dios en los evangelios, y lo cierto es que se descubren cosas muy interesantes.

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Dice el poeta en Eclesiastés que Dios puso eternidad en el corazón del ser humano, pero nunca hemos sabido exactamente para qué, porque nuestra realidad parece estar muy lejos de tocar cualquier clase de eternidad. Vivimos en un tiempo lineal irremediable, un presente continuo, aunque es cierto que no parece que terminemos de acostumbrarnos a ello. La muerte nos molesta y nos duele, como si fuera una intrusa. Nuestro corazón desea hacer eterna la belleza que sabemos que es efímera, y el arte es una muestra de ello. Con la imaginación nos proyectamos al pasado y al futuro, como si tuviéramos el poder de saltar a nuestro antojo por la línea temporal. Quizá sea cierto que parece que nuestra mente piensa en otros términos.

Entonces llega Jesús y nos empieza a decir cosas de lo que es este reino de los cielos que en teoría viene a nosotros con él, y empezamos a atar cabos y a darnos cuenta de que puede que sea a través de este reino que tengamos acceso a experimentar, por fin, la eternidad que llevamos siempre anhelando.

No es fácil de explicar. Ninguna paradoja temporal lo es. Pero al menos espero haber planteado algunas buenas preguntas.

En el extra del Patreon hoy hablamos del significado de Mateo 13 y de que Jesús compare el reino de los cielos a una semilla de mostaza.

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El pensamiento supersticioso es algo innato al ser humano y a la parte religiosa de vivir en sociedad. Toda sociedad, de uno u otro modo, desde la creación o desde la reconstrucción de lo pasado, tiene maneras religiosas, formas de pensamiento y creencia que se van heredando de generaciones pasadas como verdades irrebatibles. Ese pensamiento religioso nos somete y nos condena a la culpabilidad y al miedo. Si miramos de cerca textos de la propia Biblia donde se explica y se condena este pensamiento supersticioso, aunque se llame de otro modo, nos damos cuenta de que siempre se coloca en oposición a otro tipo de pensamiento transformador basado en algo insólito e irreverente: la libertad personal. Así, pues, hoy hablamos de supersticiones de la iglesia, de lo que nos provoca la coacción y de que el pecado no está en lo sacrificado a los ídolos, sino en lo que eso significa para cada persona.

En el extra del Patreon os doy consejos prácticos para enfrentarnos a los grandes varones de Dios que Biblia en mano vienen contra nosotros cuando ejercemos una libertad permitida por Dios, pero no por las normas de su iglesia en particular.

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En el Libro del Buen Amor del Arcipreste de Hita ya se nos enseña en el siglo XIV una lucha cultural que mantenemos como sociedad desde el principio de los tiempos: la tensión entre el ascetismo religioso y la necesidad social por alegrarnos y celebrar. La pelea entre don Carnal y doña Cuaresma sigue siendo, setecientos años después, nuestra propia pelea por entender qué cosas se pueden hacer, y cuáles no, en nombre de Dios.

Pero si pretendemos honrar al Dios que, en Jesús, se fue a celebrar una boda y convirtió el agua en vino para que siguiera la fiesta, quizá deberíamos comenzar por entender que todo este ascetismo y puritanismo religioso en realidad a quien rinde adoración es al otro dios, el de la productividad, que a menudo se disfraza de cristiano sin serlo, que nos exige ser mecánicos, exactos, productivos todos los minutos de todas las horas de nuestros días. Hay un principio bíblico que atraviesa los textos del Antiguo y del Nuevo Testamento que se resume en ese pasaje tan poco repetido de Qohetet: «No hay cosa mejor para el hombre, sino que coma y beba, y que su alma se alegre en su trabajo. También he visto que esto es de la mano de Dios».

En el extra del Patreon hablamos de Lucas 14, de los banquetes de Jesús y de lo que significa sentarse a la mesa con alguien a celebrar, entonces y ahora.

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Esperadme hasta el final.

Si la Navidad no ha muerto, debería morir. Deberíamos ponernos de acuerdo y rematarla del todo, para que no vuelva a molestarnos. Para que no regresemos al mismo punto de indecisión, pena y hastío de cada doce meses. Para que no regresen los brillos, la música chillona ni las luces de colores. Si la dejaran agonizar y falleciera finalmente, como un viejo monarca caprichoso que no quiere dejar el trono ni quiere terminar de morirse, entonces… entonces sí que sería maravilloso poder celebrar la Navidad. Si la Navidad muriera podríamos ver que, más allá de ella, hay un esfuerzo milenario por asombrarse ante este mundo que es nuestro hogar danzante: danzan las sombras del día, danzan las estaciones, danzan el frío y el calor. Entonces podríamos compartir junto a nuestros antepasados la alegría de seguir vivos, girando dentro de esta gran esfera, y tratando de encontrar un sentido que vaya más allá de lo que somos capaces de consumir, de tener, de hacer, para enraizarnos en la sencillez en lo material, lo visible, que fue el primer regalo de nuestra existencia. La primera encarnación.

La Navidad ha muerto; viva la Navidad.

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Para entender un apocalipsis lo primero que tenemos que saber es qué es un símbolo. Y, sin el código de ese símbolo, es imposible entender el sentido original de un apocalipsis. En el caso del Apocalipsis de San Juan, el libro que da fin al canon de la Biblia, hoy os explico que, al haber perdido el código del símbolo cualquier interpretación (ya sea literaria o profética) entra en el honesto terreno de la conjetura. Y, a pesar de eso, no pasa nada, porque, aunque no tengamos la puerta abierta a la simbología, sí hay muchas razones por las que el Apocalipsis de San Juan es un rico texto literario que puede tener sentido incluso desde ese desconocimiento. 

En el extra del Patreon hoy os explico la curiosa relación que tiene Jesús en los evangelios con los apocalipsis, tan prolíficos en su época… o más bien, la relación que no tiene, salvo con uno: el libro de Daniel.

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El libro de Apocalipsis de la Biblia nos resulta difícil de procesar y de entender porque siempre lo hemos aislado de su contexto original, que es formar parte de otro canon, que es el de la literatura apocalíptica judía, que se escribió y se leyó con profusión durante un periodo de casi seiscientos años. Como género literario, tiene su raíz, su desarrollo y su explicación, y eso quiero contaros hoy: sobre la vida de los otros apocalipsis. A ver si con esto se nos quita un poco el respeto perpetuo por los oscuros símbolos del fin del mundo.

En el extra del Patreon repasamos algunos fragmentos de estas obras literarias, que surgieron en entornos y momentos bien peculiares, y reflejan una calidad poética asombrosa.

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En cierto momento de la historia aparecieron los psicopompos, los escatólogos y se inventaron palabras como inframundo o Parusía. Se intentó averiguar el verdadero significado de eso que llamaban Armagedón. Y todo porque somos pequeñas criaturas arrojadas a la existencia que no entendemos el sentido de estar aquí y estar vivos. Sabemos que hubo un principio, el cual desconocemos. Intuimos que tiene que haber un final. Y de esa sensación de presenciar todo lo que escapa del presente perpetuo es de donde surgen nuestras continuas evocaciones de acabar con el mundo.

Los apocalipsis bíblicos, no obstante, no señalan hacia el final, sino a un nuevo comienzo, uno lleno del amor y la belleza que perdimos en algún momento.

Así pues, bienvenidos al apocalipsis.

En el extra del Patreon os explico el peculiar fin del mundo que propone Will Ferguson en su novela Happiness™ de 2002.

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1 Corintios es una maravilla de la literatura epistolar, por muchas razones, pero sobre todo porque aquí Pablo tuvo que ceder y adaptó su escritura a una iglesia caprichosa y desequilibrada, y sin embargo asombrosamente dotada para hacer cosas que aun hoy nos desconciertan y nos sorprenden. Los cristianos de Corinto conocían muchos misterios de la vida espiritual, pero no eran capaces de entender que el pilar de todos ellos es el amor.

¿Y qué es este amor? De esto hablamos hoy, intentando profundizar no tanto en su significado, sino en la realidad de que, si este amor no se practica, no podemos entenderlo. Si no se usa en el día a día, no se puede teorizar sobre él.

En el extra del Patreon os hablo del libro Pablo a través de los ojos mediterráneos de Kenneth Bailey y cómo a veces pensar la literatura bíblica desde otra perspectiva que no sea nuestro centro habitual (europeo, blanco y contemporáneo) abre puertas para que la podamos entender mejor.

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Dice Lyz Lenz en su libro God Land: “La esperanza es un esfuerzo terrible. Es el triunfo de la voluntad sobre la experiencia”. Es una definición muy acertada que nos sirve de punto de partida para reflexionar en las diferencias entre la esperanza y el optimismo, y como, al confundirlos, hemos acabado perdiendo ambos. Da igual si uno quiere ser optimista o no, porque la esperanza (la esperanza bíblica, la del evangelio) consiste en otra cosa muy diferente y tiene mucho que ver con la fe de la que hablamos la semana pasada: son como dos caras desde las que observar y vivir la vida en abundancia que prometió Jesús a sus seguidores. Para la fe y para la esperanza hace falta recuperar la imaginación.

En el extra del Patreon os invito a pensar en libros, películas o música que os provocan esperanza como un ejercicio de salud mental y espiritual, y os hablo de cómo hago yo ese proceso con Matilda, la novela de Roald Dahl.

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“Ahora, pues, permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más excelente de ellas es el amor” (1 Corintios 13:13). La fe, desde la lingüística bíblica, no es un concepto complicado. En el Antiguo Testamento abarca todo un amplio campo semántico, mientras que en el Nuevo se condensa en una sola palabra. Pero, en ambos casos, no se trata de una exigencia sobrenatural, inaprensible. Se trata de nuestra razón y nuestro pensamiento. Entonces, ¿por qué el cristianismo ha acabado convirtiend o la fe en algo tan complejo, tan desapegado de la realidad? Hoy hablamos un poco de eso, y también de la insospechada conexión entre la fe y la imaginación.

En el extra del Patreon analizamos qué implica una lectura sincera de Romanos 10:9, a la luz de todo esto. Quizá abre una posibilidad que, aunque es sencilla, nos plantea más preguntas que respuestas.

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La Trinidad es un concepto rarísimo. A Dios lo podemos empezar a entender cuando lo vemos como el Padre a través de la mirada del Hijo; y al Hijo lo podemos entender a través de la relación tan especial que tiene con el Padre. Pero ambos, cada uno en su propia voz, mencionan constantemente a esta tercera persona extraña de la Trinidad: el Espíritu.

Este Espíritu, esta “ruaj”, es un viento que nadie sabe de dónde viene ni adónde va, pero todo el que lo siente sabe que ha pasado por ahí. Sabe que ha ocurrido. Es Espíritu no es una fuerza, sino una persona, a pesar de todo. Quizá no resolvamos el misterio, pero al menos, en este breve rato, nos habremos acercado un poco a observarle más de cerca.

EL EXTRA DE PATREON: Si sois mecenas en patreon.com/noaalarcon podréis escucharme hablar de lo caros que se han puesto los diccionarios de hebreo y sobre cómo la gente rara aprende lenguas muertas. Y, también, una historia con una moraleja sobre cómo, a menudo, lo más moderno no significa lo mejor.

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Hay un pasaje del Evangelio de Mateo en el que, en un solo párrafo, se le dan siete nombres a Jesús. Él pregunta a sus discípulos quién creen que es, y espera su respuesta sin imponer ninguna. Y después de conversar un poco, les pide que no se lo digan a nadie.

Qué cosa más extraña para alguien que fue y sigue siendo considerado hoy día como el Mesías esperado desde la antigüedad. De eso hablamos en el podcast de hoy: de los nombres de Jesús, de qué esperaban de él los demás y de por qué a veces él rehusaba presentarse como quien realmente era.

EL EXTRA DE PATREON: Hablamos del judaísmo del Segundo Templo y su importancia para entender a Jesús. Os doy un poco de bibliografía y acudimos a Keener, que siempre tiene cosas interesantes que contar.

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Dios es el origen de todo, la gran duda, lo más intangible.

A lo largo de los siglos ha habido mil maneras de intentar convertir su presencia y su existencia, tan abstracta, en algo concreto.

En este primer episodio hablamos de los nombres de Dios, de si el Dios del Antiguo Testamento tiene que ver con el del Nuevo Testamento y de qué manera el propio Dios, cuando se le deja hablar (a él, tan invisible siempre) se define a sí mismo.

EL EXTRA DE PATREON: En el extra de Patreon vemos qué dice la LXX y cuál es la polémica que había detrás de que Jesús llamara Abba(papá) a Dios.

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En el libro de los Hechos de los apóstoles, en algunos pasajes se comienza a hablar de los seguidores de Jesús como “aquellos del Camino”, a menudo en boca de los otros, de los que observaban lo que estaba ocurriendo un poco con desconfianza y curiosidad. Es un poco ambiguo, algo simbólico, y reverbera desde los viejos salmos que ya hablaban del camino de los justos, y la senda de los malvados, y la poesía profética de Isaías cuando se refiere a “preparar un camino hacia el Señor”, y en Jeremías, cuando hablaba de las sendas antiguas que es donde se encuentra un descanso para el alma. Cuando se empezó a hacer común llamarlos “cristianos”, El camino se acabó perdiendo.

Hay algo curioso: “cristiano” se nombra en la Biblia, pero la palabra “cristianismo” no aparece ni una sola vez. Y aunque hay una historia del cristianismo que debe conocerse, quizá también sea bueno, al mismo tiempo, volver a esas sendas antiguas, a reflexionar sobre lo que significaban las palabras, las ideas y sus realidades para los que las vivieron por primera vez.

de ellos aprendimos que El viaje no es estático, sino que está en continuo crecimiento. Hay una historia que podemos conocer y que nos dirige, precisamente, a esa senda donde está el descanso para el alma.

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