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Cuentos para aprender

Cuentos para aprender

Antonio Blanco Oliva

¡Sumérgete en el mundo de Cuentos para Aprender, el podcast perfecto para los pequeños curiosos! Cada episodio es una aventura en sí misma, narrando cuentos mágicos que abarcan desde la ciencia y la tecnología hasta la historia y más allá. Con personajes entrañables y lecciones valiosas en cada historia, tus niños se embarcarán en un viaje de descubrimiento y diversión. Suscríbete a Cuentos para Aprender y acompaña a tus hijos en un camino lleno de conocimiento y alegría. Ideal para la hora del cuento, antes de dormir o cualquier momento de aprendizaje y entretenimiento.

18 - El Gran Desfile de las Posadas y el Espíritu de Acogida
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  • 18 - El Gran Desfile de las Posadas y el Espíritu de Acogida

    Era una noche de diciembre en un pueblito mexicano, y todas las casas estaban decoradas con luces de colores y flores de nochebuena. Esa noche, los vecinos se preparaban para una de las tradiciones más especiales del año: Las Posadas. Todos, grandes y pequeños, se reunían en la plaza para empezar el recorrido. En esta celebración, el pueblo entero representaba la búsqueda de posada de María y José cuando iban camino a Belén. Un niño y una niña, vestidos como María y José, lideraban el desfile, llevando velas encendidas y cantando canciones alegres, conocidas como villancicos. Detrás de ellos, iba el resto del pueblo con linternas y pequeñas luces, acompañados de música tradicional. A lo largo del recorrido, el grupo se detenía en diferentes casas, pidiendo alojamiento, igual que lo hicieron María y José. En cada parada, los vecinos salían y seguían el juego: cerraban sus puertas mientras los niños cantaban y pedían entrar. Pero justo en la última casa, al llegar y cantar, la puerta se abrió con una sonrisa y una invitación para entrar. ¡Habían encontrado la posada! Al entrar a la última casa, los niños se llenaron de emoción, pues allí los esperaban con piñatas llenas de dulces y frutas, como mandarinas y cañas de azúcar, y todos compartieron comida típica, tamales y ponche calientito. Los mayores explicaron a los niños que el verdadero espíritu de Las Posadas es recordar lo importante que es la acogida y el respeto a los demás. Contaron que María y José encontraron un lugar donde quedarse gracias a la bondad de quienes estaban dispuestos a compartir su hogar. Esa noche, entre risas, juegos y villancicos, los niños entendieron la enseñanza de Las Posadas: no importa de dónde vengas o quién seas; siempre habrá un lugar en sus hogares para aquellos que lo necesiten. Y colorín colorado, en cada posada, la amistad y la acogida han triunfado.

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  • 17 - El Ratón Pérez y la Navidad de los Dientes Brillantes

    Era la víspera de Navidad y, en un rincón oculto de la ciudad, se escuchaban ruidos diminutos. El Ratón Pérez, famoso recolector de dientes de leche, estaba muy ocupado en su taller. Durante todo el año había viajado de hogar en hogar dejando pequeñas monedas y sorpresas bajo las almohadas de los niños que perdían sus primeros dientes. Pero esa noche era distinta, era una noche especial, llena de magia y luces… ¡era Nochebuena! El Ratón Pérez tenía un plan único para esa Navidad. Sabía que muchos niños habían sido valientes y se habían esforzado en cuidar sus dientes, así que decidió que, en lugar de las típicas monedas, dejaría una sorpresa navideña bajo sus almohadas. Con mucho cuidado, preparó pequeños saquitos llenos de dulces, juguetitos y, por supuesto, su famoso polvito brillante, que tenía el poder de hacer que los sueños fueran tan dulces como el chocolate y tan brillantes como las estrellas. Con su gorrito navideño rojo y una bufanda diminuta alrededor de su cuello, Pérez salió de su casita cargando una bolsa que parecía demasiado grande para él, ¡pero eso no le importaba! Con agilidad, se deslizó entre las sombras y trepó a las ventanas de las casas, una por una. Entraba en cada habitación en silencio, dejando los saquitos de Navidad y un polvito brillante que cubría las almohadas y les daba un toque especial. Uno de los niños que visitó esa noche fue Daniel, quien acababa de perder un diente el día anterior. Daniel había colocado su diente bajo la almohada, esperando la visita de Pérez, pero jamás se imaginó lo que sucedería esa Navidad. Cuando el Ratón Pérez llegó a la cama de Daniel, dejó un saquito rojo brillante con una pequeña nota que decía: “Querido Daniel, gracias por cuidar de tu sonrisa. Te dejo esta bolsita llena de alegría y un poquito de magia para que tus sueños esta noche brillen tanto como los de Papá Noel. Con cariño, Ratón Pérez”. Por la mañana, Daniel encontró el saquito y, al abrirlo, sus ojos se iluminaron con el dulce olor de los caramelos y la brillantez de una moneda dorada, ¡y un pequeño ratoncito sonriente dibujado en ella! Contó emocionado a su familia cómo el Ratón Pérez le había visitado en Nochebuena y le había dejado un regalo especial. Y así fue como esa Navidad, el Ratón Pérez dejó un toque de magia extra en cada hogar que visitó. No solo recogió dientes, sino que también sembró alegría, enseñando a los niños que las sonrisas son un tesoro que debemos cuidar. Y colorín colorado, esta Navidad mágica ha terminado, y con la ayuda de Ratón Pérez, todos los niños han soñado y sonreído como nunca.

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  • 16 - Olentzero, el Amigo de las Montañas

    En las montañas del País Vasco, vivía un amable carbonero llamado **Olentzero**. Era un hombre grande y fuerte, con barba negra y una mirada cálida. Todos los días subía y bajaba las montañas llevando su saco lleno de carbón para las chimeneas del pueblo. Aunque a veces parecía solitario, Olentzero era un gran amigo de todos los animales del bosque y conocía cada rincón de las montañas como la palma de su mano. Llegaba el invierno y, con él, la Navidad. Olentzero tenía una misión especial: llevar alegría y regalos a los niños del pueblo. Sabía que en esas fechas cada pequeño esperaba algo especial, y, aunque sus manos estaban acostumbradas al trabajo duro, en su corazón guardaba la ternura y el cariño necesarios para hacerlos sonreír. En la víspera de Navidad, Olentzero llenó su saco, pero esta vez no de carbón, sino de dulces, juguetes y pequeñas sorpresas que había preparado con esmero durante el año. Puso su boina favorita, una bufanda de lana, y comenzó a descender la montaña mientras la nieve caía suavemente, cubriendo los árboles y caminos de blanco. Cuando llegó al primer caserío del pueblo, tocó suavemente la puerta y dejó un pequeño regalo en el umbral. Sin hacer ruido, se alejaba y repetía este gesto en cada casa. Los niños, al despertar, encontraban los regalos con sorpresa y emoción, preguntándose quién les habría traído tanta alegría. Uno de los niños, curioso y con mucha energía, decidió esperar a Olentzero en la ventana, y cuando lo vio alejarse, corrió tras él. Olentzero se detuvo y, sonriendo, se acercó al pequeño. Le dio una palmadita en el hombro y le dijo: —Que esta Navidad te traiga la misma alegría que tú me das con tu sonrisa, amiguito. El niño, emocionado, prometió guardar el secreto de Olentzero y contarle a todos los niños del pueblo que un bondadoso amigo de las montañas baja cada año para repartir regalos y sonrisas en Navidad. Y así, Olentzero regresó a su querida montaña, sabiendo que había cumplido su misión una vez más. Y cada año, en Navidad, la gente del pueblo recordaba su generosidad, esperando con ilusión la llegada de su amigo, el bondadoso Olentzero. Y colorín colorado, este cuento encantado ha terminado.

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  • 15 - El Hada Tió y la Noche de los Regalos

    En un pequeño y acogedor pueblo de Cataluña, había un tronquito mágico llamado Tió de Nadal. A simple vista, el Tió parecía un tronco normal, con su gorrito rojo y una manta sobre la espalda. Pero este tronco tenía un gran secreto: ¡cada Navidad, daba regalos a los niños que lo cuidaban con cariño! Al empezar el invierno, los niños del pueblo iban al bosque a buscar un Tió. Al encontrarlo, lo llevaban a casa con cuidado y lo trataban como un amigo especial. Cada noche, los pequeños le dejaban un poco de fruta, cáscaras de naranja, o alguna galleta, y lo tapaban con una mantita para que no tuviera frío. Cuanto más cuidaban al Tió, más mágica se volvía su sonrisa. Finalmente, llegaba la noche esperada. En la sala de la casa, la familia se reunía y colocaba al Tió en el centro. Los niños, con sus caritas llenas de emoción, cogían palitos de madera y se preparaban para cantar. Con cada nota de la canción, el Tió sentía el cariño de todos y, poco a poco, la magia en su interior crecía. «Caga tió, avellanas y turrón, ¡si no cagas regalos te daré con el palo!» Entre risas y palmaditas suaves, los niños repetían el estribillo. Y, al terminar la canción, tiraban de la manta del Tió… ¡y descubrían pequeños regalitos escondidos debajo! Había caramelos, nueces, dulces de colores y, a veces, un juguetito sorpresa. El Tió sonreía satisfecho de haber compartido su magia. Los niños lo abrazaban agradecidos, y la familia disfrutaba de los regalos con alegría. Después, el Tió descansaba, lleno de amor y con la promesa de regresar el próximo invierno. Y así, año tras año, el Tió de Nadal traía alegría y magia a los hogares. Y los niños aprendían que, con cariño y paciencia, la Navidad siempre tiene sorpresas guardadas. Colorín colorado, este cuento encantado ha terminado.

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  • 14 - La Aventura de los Reyes Magos y la Estrella Brillante

    Había una vez, en una noche despejada y llena de estrellas, tres sabios llamados Melchor, Gaspar y Baltasar. Los tres venían de tierras lejanas, y cada uno era muy especial: Melchor, con su barba blanca y sabia; Gaspar, con su gran sonrisa; y Baltasar, con su mirada amable y profunda. Una noche, mientras observaban el cielo, vieron una estrella nueva, más brillante que cualquier otra. “¡Es una señal!” exclamó Melchor. “La estrella nos llama. ¡Debemos seguirla!” Y así, con emoción en el corazón, se prepararon para el viaje. Cada uno llevó un regalo especial: Melchor escogió oro, Gaspar incienso, y Baltasar mirra. Sabían que esos regalos eran preciosos y querían darlos a alguien muy especial, aunque aún no sabían quién era. La estrella los guió a través de montañas, desiertos y ríos. Brillaba fuerte y clara, como si estuviera dibujando un camino en el cielo solo para ellos. Los días se volvieron semanas, y las semanas meses, pero los tres sabios seguían adelante, confiando en que la estrella los llevaría al lugar correcto. Finalmente, después de un largo viaje, llegaron a un pequeño pueblo llamado Belén. La estrella se detuvo justo encima de un establo humilde, donde descansaba un bebé junto a su madre y su padre. Los tres sabios supieron en ese instante que el niño era especial. Se acercaron con respeto y dejaron sus regalos frente a él. Melchor dejó el oro, Gaspar el incienso y Baltasar la mirra. El niño los miró con ojos brillantes, y los tres sintieron una paz y alegría que nunca antes habían sentido. Después de aquel encuentro mágico, los Reyes Magos regresaron a sus tierras, sabiendo que su viaje no solo había sido para llevar regalos, sino para compartir amor y esperanza. Y colorín colorado, este cuento ha terminado.

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